Interesante novela
con un título y contenido atractivo: ”Interino” (Ediciones Eunate, 2014; Javier
Iribarren). Se impone una reflexión sobre tan estupenda obra y la figura del
funcionario interino, víctima de injusta mala prensa.
1. En
efecto, el mundo del funcionario interino tradicionalmente ha sido tratado
injustamente por la Administración, compañeros y usuarios.
Por el peso
de históricos prejuicios, la condición de interino acompaña como el signo de
Caín al funcionario temporal y difícilmente se libra del pelo de la
dehesa. Aquéllos que hoy son funcionarios de carrera, bien directamente o
bien funcionarizados, olvidan la experiencia del interinaje y miran por encima
del hombro a los que son interinos.
Tan anacrónicas
creencias deben ser desterradas ya que por mi experiencia de muchos
trienios en varias Administraciones, estoy en condiciones de afirmar que he
conocido funcionarios interinos que llevaban el peso de todo el negociado,
Sección o Servicio con máxima solvencia y responsabilidad. También he
compartido trabajo con funcionarios interinos ejemplares en cuanto a dedicación
y responsabilidad, quizás debido precisamente a la espada de Damocles de la
extinción.
Por si fuera
poco, los primeros en pagar los excesos de gasto público fueron los
funcionarios interinos y el personal laboral temporal que han visto como
“cuando la crisis entraba por la puerta, ellos salían por la ventana”.
2. Dicho
esto, toca aludir a la magnífica obra de Javier Irribarren que aborda la
experiencia del funcionario interino, desde que nace hasta que se hace, desde
que toma la decisión de servir a la cosa pública y preparar oposiciones, hasta
que, por diversos avatares, es llamado a prestar servicios como interino en la
Administración local y en la autonómica, o como dice en la obra “todos los
caminos despejados parecían conducirme a las puertas de la Roma funcionarial.”
Por el libro
desfilan las historias paralelas de todo aspirante a funcionario de carrera: su
relación de pareja, con sus amigos y con sus padres. De hecho, su tira y afloja
con su adorada Alba corre vicisitudes paralelas a su cortejo con las
oposiciones ( algo así como el clásico, “ni contigo ni sin ti tienen mis
males remedio, contigo porque me matas, y sin tí porque me muero”) También
asistimos a sus dudas y cavilaciones, y al análisis de sus experiencias, particularmente
de las aventuras laborales fallidas en Londres ( donde la diestra pluma de
Javier demuestra un cronista de lujo de lo que es sobrevivir en la gran ciudad)
o de sus inicios como opositor ( admitiendo finalmente que “tampoco
respondía yo al estereotipo del opositor clásico, ese ser meditabundo sin
ingresos ni trabajo, ni actualización de vestuario”).
En el libro
resulta memorable la magnífica exposición del primer día como funcionario
interino, como también lo es el relato de la zozobra ante los exámenes para
funcionario de carrera, su relación con el preparador o la actitud hacia sus
competidores por las ansiadas plazas. El autor, utilizando la visión global e
inmediata de la primera persona, nos ofrece lo que ve y lo que siente el
protagonista “en tiempo real”, con sus pensamientos y dudas, dejándonos a los
lectores como cómodos observadores de un pececillo inocente en la pecera de la
Administración, donde el pez grande se come al chico y el permanente al
interino.
Es un libro
fresco, divertido, ambientado en Navarra, y que me recordó prontamente a los
amenos escritores de mi juventud, dos Martines, a Martín Casariego (“Qué te voy
a contar”, Anagrama,1989) y a Martin Amis (“El Libro de Rachel”, Anagrama,
1973), aunque también a David Lodge ( “¡Buen trabajo”!) y a nuestro castizo
Sosa Wagner (“Es indiferente llamarse Ernesto”,1992). Estamos ante un tema que
se prestaba al estilo melancólico y tenebrista propio de “Oliver Twist” (Dickens)
y que se ofrece bajo una luz gozosa y de aceptación positiva.
O sea, la
seriedad de la experiencia como interino bajo la envoltura de un finísimo
humor, con juegos de palabras directos al corazón y mostrando un narrador
magistral en la distancia corta de la anécdota (la apertura del sobre de
mayonesa es desternillante). Los personajes se visualizan en los primeros
trazos de presentación del autor y la trama cobra vida propia en un viaje que
se pronostica “hacia ninguna parte”, con tintes Quijotescos (el protagonista
Eduardo Iturralde lucha contra los gigantes de las oposiciones con decisión y
energía, aunque pronto los molinos van mostrando su auténtica faz).
El libro
está contado en primera persona y pese a la advertencia final sobre su
condición de relato de ficción, se adivinan fuertes toques autobiográficos, ya
que hay pasajes que solo los sabe quien ha sido interino o ha sufrido de cerca
a quien ha ostentado tal condición. La confesión final del protagonista no
tiene desperdicio: ”Me esforzaré para poner en valor la profesionalidad del
funcionario interino, tantas veces vilipendiado. Somos temporales, secundarios
o suplentes, de acuerdo; y puede que algunos también carguemos a nuestras
espaldas la penosa historia de un sueño frustrado o de un proyecto inacabado,
es verdad; pero no somos “putos” ni jetas ni indignos de respeto”.
3. En fin,
no he podido resistirme a comentar y recomendar tan estupenda obra, tanto al
interino que verá un espejo como al funcionario de carrera que verá en su justa
perspectiva al compañero temporero.
En fin, sin alcanzar la destreza narrativa,
extensión y habilidad argumental de Javier Iribarren, confieso que también me
atreví a los pinitos de los microrrelatos con el opositor como telón de fondos
en aquél brevísimo post, rozando el chiste, que titulé
Cuento de invierno para opositores a funcionario.BLOG SEVACH.
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