lunes, 6 de agosto de 2012

EL GRIS


El gris

Magazine | 02/08/2012 - 23:59h
En el 2006, en plena bonanza económica, y en esta misma sección, publiqué un artículo, El cuento de nunca acabar, en el que avisaba de la crisis que se nos venía encima. Buscándolo, he caído en un blog en el que me ponían verde con comentarios como este: “La izquierda de este país nos hunde en el desánimo”. Pero yo no soy de izquierdas. Y jamás he hecho pública mi intención de voto.

Voy a explicarlo con un ejemplo de moda: vamos a hablar de Andrea Fabra. Cuando ni siquiera había acabado Derecho, su padre, a dedo, la colocó con 21 años en la ejecutiva provincial de su partido (y con esto dudo de que el sistema de partidos en España sea limpio). Con 34, sin haber ocupado más cargo que ese, su padre la colocó “por libre designación” (a dedo) como senadora por Castellón (y con esto reclamo que un senador no pueda elegirse de esa manera, y ya puestos me pregunto para qué narices sirve el Senado y para qué narices necesitamos el Senado más nutrido de Europa). Se casa con el consejero de Sanidad de Madrid, elegido también a dedo (y aquí reclamo que se acaben los cargos de libre designación, que fomentan el enchufismo y la corrupción: la alcaldesa de Madrid tiene ni más ni menos que 1.525 cargos de confianza y libre designación con sueldos de 40.000 euros), quien dimitió después de que su suegro se saltase la lista de espera de trasplantes y recibiera uno de hígado en el hospital que no le correspondía y tras apenas 30 días de espera (y con esto defiendo la sanidad pública, porque parece que los que defienden la privatización a ella recurren cuando su vida peligra).

Andrea Fabra, después de ser senadora, llega a diputada yendo de numero dos en las listas por Castellón, pese a que ya estaba imputada por corrupción. Tenía que ir en el número uno, pero al propio PP le pareció escandaloso tal enchufismo (y con esto abogo por las listas abiertas, para eliminar lo de colar a amigos y familiares en ellas, y denuncio que puedan entrar imputados en listas). Asegura sentirse muy solidaria con los cinco millones de parados, pero no va a devolver esos 1.826 euros mensuales que cobra de plus por dietas y desplazamientos desde Castellón, aunque está probado que reside en Madrid (y con esto denuncio que otros 61 diputados están en la misma situación, y que no han tenido la decencia de renunciar a ese plus). Durante cuatro años, en la pasada legislatura, sólo hizo dos preguntas orales –muy poco trabajo–, pero se está llevando, con complementos y dietas, un sueldo bruto superior a 6.400 euros al mes (y con esto denuncio que el Congreso está sobredimensionado, que no necesitamos tantos diputados). A eso súmele, el sueldo que recibe de su partido, al que en parte subvenciona el Estado, es decir, usted y yo.

Y después de haber escrito esto, se lo voy a dejar muy claro: no me considero roja. Creo que Stalin fue uno de los mayores genocidas de la humanidad. Simplemente, me limito a contar hechos, pero en este país, cuando denuncias, inmediatamente te caen sambenitos como “foca sociata”, “de la ceja”, “titiritera” o “izquierdosa”.

Dividir a un país en dos y darte a elegir entre un bando u otro es un juego manipulador en el que se olvida que entre el blanco y el negro puede haber muchísimos matices de gris, un juego que conviene al sistema, pero que no me conviene a mí. A nosotros.

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